sábado, 31 de marzo de 2018

Bilbo y la cueva del oso

"...Oh, no, no pequeños... no digáis que de mayores queréis ser como yo. En todo caso decir que queréis ser mayores para ser como decís que queréis ser. Después de todo yo solo soy el viejo Bilbo, un hobbit arrugado que no siempre dice todo lo que quiere, ni quiere decir todo lo que dice.


Lo que en realidad seréis ya el tiempo lo dirá, al igual que yo soy el hobbit que el camino me ha llevado a ser; que cuando cruzas la puerta, si no cuidas tus pasos... Si, si, ya sé que os lo repito siempre, y ya voy a callarme sino quiero acabar pareciéndome al viejo Gandalf. Pero es que a mi edad, un hobbit gusta de recordar y repetir siempre las mismas historias... Como aquella vez en que volví por primavera a la caverna de los trolls y descubrí que un oso había hecho su guarida en ella.

El hobbit que yo era a vuestra edad hubiera salido huyendo; y el hobbit que fui cuando comenzó mi viaje quizá se hubiera enfrentado y ahuyentado al oso, pues todavía no conocía a Beorn. Pero el hobbit que era cuando esto ocurrió, lo que hizo fue lo siguiente.

Exploré los alrededores hasta conseguir juntar unas ramas secas y preparar una trampa para conejos. En el claro, frente a la cueva, cociné un guiso con el conejo, pero dejando la tapa de la olla puesta. Y me senté a esperar. Cuando el guiso estuvo listo y el viento fue propicio, destapé el caldero y lo golpeé varias veces con mi espada, haciendo ruido y llamando la atención del oso. Entonces corrí a esconderme. Al cabo de un rato, el oso salió atraído por el olor del guiso y las especias. Y entonces pude aprovechar ese momento para escabullirme en el interior y coger... bueno, lo que había ido a recoger.

Ay... pero el hobbit que soy ahora probablemente hubiera hecho algo muy diferente, pues ya no me queda tanto tiempo, y me siento cansado, como mantequilla untada sobre demasiado...

¡Silencio! ¡En pie pequeños hobbits! ¡Fuera, fuera! Se acabó el cuento, que por allí viene Lobelia... corred, ¡corred! No le digáis a esa vieja urraca que me habéis visto. ¡Ah!, y tampoco digáis a vuestros padres que habéis estado escuchando mis historias...".

...

Nota: De un ejercicio en un taller. La premisa era que a través de un monólogo un personaje conocido quedara descrito y definido. Además me planteé como reto personal, que contara una historia. 


viernes, 30 de marzo de 2018

El refugio

Huele a mar. Y a lluvia, y a tierra mojada. Apoyo el fusil en un árbol y me quito las botas. Duele. Llevo días sin quitármelas y tengo los pies húmedos y ateridos. Flexiono varias veces los dedos para que la sangre vuelva a circular, y camino por la hierba hasta el borde del acantilado. Me gusta esta sensación. Pisar la tierra mojada, la hierba humedecida por la lluvia o el rocío... Hace años que no la sentía; desde que venía a este lugar, en verano, de pequeño, antes de que llegaran las Máquinas.




Me apoyo en la cerca de hormigón y miro al infinito. El cielo sigue negro y todavía llovizna. En el horizonte las nubes parecen abrirse y el Sol está a punto de hundirse en el mar. A mis pies, la roca desnuda de la montaña baja hasta la playa de color fuego a esta hora del día. Vacía, virgen, como si el mundo no se hubiera ido a tomar por culo. Cierro los ojos y solo siento, escucho. El aire empapado en humedad y sal, el bramido profundo del mar, el rugido cíclico de las olas en la orilla, el graznido de las gaviotas, a mi espalda el susurro de las hojas y las ramas agitadas por el viento… Me gusta este clima, algo desapacible, cuando no hace frío pero refresca y los pelos del brazo se encrespan. Cuando no llueve pero se siente la humedad. Cuando el viento no arrecia pero se deja notar… me transmite vida, energía, la fuerza de la Naturaleza cuando estas cosas todavía tenían importancia.

Me doy la vuelta y camino hasta la casa. Todas las puertas y ventanas están cerradas, con las contraventanas de madera bloqueadas y aseguradas, y el tejado de doble hoja cubierto de musgo en las tejas que aún quedan. Puedo recordarla… imaginarla abierta, luminosa, llena de vida, impregnada con los sonidos del hogar y de la vida cotidiana. Escucho el repicar de ollas en la cocina, dentro de poco el olor del guiso lo inundará todo. Escucho los ladridos alegres del perro... y aparece, lo veo, perseguido por los niños, tentándoles y provocándoles; y ahora es él el que persigue a los niños, jugando, que gritan y corren por el jardín entrando y saliendo de la casa. Uno de esos niños soy yo, y cuando miro hacia mí, el recuerdo, el sueño... desaparece.

La casa vuelve a estar vacía y abandonada. El Sol ya se ha hundido en el mar. Un chirrido y un rechinar metálico se escucha por encima del viento y el mar. Las Máquinas no están lejos. Me buscarán. Y con el tiempo me encontrarán, pero no quiero que me encuentren aquí. Quiero mantener este rincón como mi lugar, mi refugio seguro, al menos en mi memoria. Me pongo las botas, recojo el fusil, y me encamino de nuevo a las montañas.

...

Nota: De un ejercicio en un taller. La premisa era describir algún lugar que consideremos un "refugio", utilizando para su descripción al menos tres sentidos.