sábado, 4 de agosto de 2018

Dungeon World Actual Play II. Sangre en la nieve 2.

(Nota: En esta sesión faltaba el personaje de Gorrión, que no pudo acudir a la partida).

Después del ataque de los lobos en mitad de la noche, la patrulla de la Guardia Roja ya no vuelve a conciliar el sueño. De modo que avivan el fuego, para evitar nuevas sorpresas, curan y vendan sus heridas, y comen un poco. Poco antes de que amanezca, apagan la hoguera y emprenden el camino hacia la aldea de Winterton, donde llegan ya bien entrada la mañana.


Winterton

Winterton es una pequeña aldea, de no más de 190 habitantes, que se extiende a ambos lados de un río que canaliza el agua de las montañas a través del valle. No tiene más que los servicios más básicos: una gran casona de piedra que es la residencia de Lord Kealan, el alcalde y representante de la baronía a la que pertenece la aldea, un puñado de artesanos, y una docena de granjas. Lo que más destaca de Winterton es su abadía, conocida por destilar el vino Blanco de Nieve, muy apreciado en toda la región; y la taberna y posada El Ganso Azul, que es donde se concentra la mayoría de la vida social del pueblo.

Y de allí, del Ganso Azul, es de donde llegó la petición de ayuda enviada a la Guardia Roja, a nombre de alguien llamado Terry. Y allí, al Ganso Azul, es a donde se dirigen Krag, Halwyk y Lando. El ambiente dentro de la taberna contrasta con el que han encontrado hasta ahora en las calles de Winterton. Unas calles vacías, frías y blancas por la nieve dan paso a una gran sala común templada e iluminada por el fuego y las antorchas. A pesar de ser media mañana, hay bastante gente, en su mayoría humanos, aunque también hay algún elfo, mediano, y media docena de enanos. Están hablando, comiendo y bebiendo, mientras un par de bardos amenizan tocando sus instrumentos. Pero a pesar del contraste con el exterior y de la calidez en la sala común, no se respira un ambiente festivo en absoluto; las conversaciones son a media voz, y la música de los bardos es una melodía triste y distante.

En cuanto entran, sus capas hacen que los aldeanos les reconozcan como la patrulla solicitada de la Guardia Roja, y enseguida les rodean hablando todos a la vez.
-          “…me han robado dos sacos de harina…”.
-          “…un cerdo, me ha desaparecido un cerdo…”.
-          “…se han llevado todas mis gallinas…”.
-          “…y también una azada, me quitaron la azada… ¡ah! ¡y una pala!”.
-          “¡El burro! Se me ha muerto el burro…”.
-          “Pero eso es que ya era viejo y tu mujer lo echó al guiso.”
-          “…dos barriles de carne en salmuera, desaparecieron por la noche…”.
-          “…y tres ovejas en la última semana…”.

-          “¡A ver…! ¡A VER! ¡¡¡ORDEN!!! ¿Quién envió el mensaje? ¿Quién es Terry?

Silencio.

Y luego un murmullo bajo de conversaciones: “¿Terry?”, “No hay ninguno no que se llame Terry…”, “Que, no, idiota, que Terry es nombre de mujer.”, “No, no, es de hombre…”, “Será un elfo de esos…”, “Pero no ha llegado ningún viajero ni ningún extranjero…”.

-          “Ehm… señor guardia, en Winterton no hay, ni ha habido nunca, nadie llamado Terry”.


Lando y el bardo

Parece ser que la petición de ayuda era falsa. Al menos el nombre del solicitante, pues está claro que en Winterton está sucediendo algo y sus habitantes necesitan ayuda. Krag, el semigigante, con su tamaño imponente se dedica a poner orden entre los lugareños para tratar de descubrir qué ha pasado. Halwyk, el hechicero se dirige a la barra a hablar con el tabernero, que parece algo más sereno que los demás. Entre el tumulto y la taberna abarrotada, uno de los bardos deja de afinar su instrumento y sale discretamente por la puerta trasera. Pero Lando lo ve, y se escabulle tras él para seguirle.

El bardo, de nombre Wyn, en cuanto sale del Ganso Azul se acerca a la orilla del río, y oculto entre los árboles se dirige hacia el sureste. Lando le sigue a una distancia prudencial, evitando ser visto, cosa que no le cuesta demasiado ya que una pesada nieve comienza a caer en ese momento reduciendo la visibilidad. Wyn llega al río cruza el puente y continúa hacia el norte por el camino que lleva a la abadía. 

Poco después de dejar atrás las últimas granjas de Winterton, Wyn entra en un pequeño cobertizo de madera, de apenas 2x2 metros, no más que un cuartucho para guardar herramientas y aperos de labranza. Lando le observa desde la distancia, oculto tras unos matorrales, pues el bardo no ha cerrado completamente la puerta para tener algo de luz. Solo consigue verle la espalda, sin tener claro qué está haciendo, aunque por sus movimientos parece que está escribiendo, o colocando algo. Tras unos minutos, Wyn sale del cobertizo y se dirige caminando tranquilamente de vuelta al Ganso Azul, como si no hubiera pasado nada.

Krag y los lugareños

Mientras tanto, en la taberna, Krag el semigigante está hablando con los lugareños. Por lo que cuentan está claro que en la aldea está pasando algo. Han desaparecido herramientas, comida, y animales. No ha desaparecido dinero, de modo que no parece obra de un vulgar ladrón; pero sí han desaparecido diversas herramientas como cuchillos, azadas, hachas… y también varios animales como gallinas, cerdos, ovejas, cabras, e incluso algunos perros. Sin duda no se han fugado, pues en su lugar había manchas de sangre, pero tampoco han sido animales salvajes, ya que no es que estuvieran devorados, dejando los restos, sino que el cuerpo entero había desaparecido. Todos los años, en invierno, desaparece alguna gallina, algún cabritillo… víctima de algún zorro o lobo hambriento que se acerca demasiado a la aldea. Pero este año han desaparecido más del triple de lo que es habitual. Desde luego, no es algo normal.


Gracias a su tamaño y presencia, y al respeto que impone su rango como capa de la guardia, Krag consigue escuchar, de una forma ordenada y uno a uno, los testimonios de los lugareños. Muy pocos creen que las desapariciones hayan sido obra de animales, pues muchos han escuchado voces y ruidos en la noche, y han visto figuras moverse, al menos media docena, entre las sombras, cerca de los graneros y establos. En cualquier caso ninguno está del todo seguro ni puede confirmarlo, pues no se atrevieron a salir de noche, y con las nevadas que están cayendo, cualquier huella queda borrada en poco más de media hora. 

Darren el herrero está convencido de que fueron los hombres-rata, pues donde debería estar el martillo y las herramientas que robaron de su forja había restos de pelos gruesos, duros, y largos, como de un roedor enorme. 

Pero Mirna está convencida de que fueron los goblins gorra-roja, de quienes se dice que no pueden morir mientras lleven puesta su gorra teñida con la sangre de sus enemigos, pues al caer la noche le pareció ver unas figuras moverse, llevando gorros rojos. 

El granjero Eiden en cambio, está convencido de que son espíritus, pues asegura haber visto luces, como antorchas, moviéndose, DENTRO de la nieve… en cualquier caso, en lo que todos están de acuerdo, es que la mayoría de avistamientos, desapariciones, robos y acontecimientos extraños han ocurrido a las afueras de Winterton, en la zona noroeste, cerca del camino que lleva a la abadía.

Halwyk y Fiona

Halwyk el hechicero, por su parte, está hablando con el tabernero y con su hija. Poco puede decir el tabernero… no sale mucho, y a él no le han robado ni le ha desaparecido nada. En cambio su hija Fiona, una mujer joven y risueña tan ancha como alta, o más bien más ancha que alta, sí que cree haber notado cosas extrañas. Porque, en sus propias palabras:

“…yo creo que me siguen, que me están espiando, sí, sí, estoy convencida… y además yo creo que ¡sé quién es! Lo tengo claro. ¡Es Petro, el hijo del alpargatero! Verás… el otro día, hace 5 o 6 noches estaba con Petro en el cobertizo que está a las afueras, al caer la noche. Simplemente estábamos hablando… conociéndonos un poco más. Y ahí no noté nada, todo fue bien, más que bien, de hecho. Verás… en cambio, a la noche siguiente volví al cobertizo, pero esta vez con Saul, el hijo del carpintero, que me quería enseñar unos juegos de manos nuevos que había aprendido. Saul es muy bueno con las manos ¿sabe usted? Veras, entonces también fue muy bien, mejor incluso que con Petro. Pero yo no me sentía cómoda del todo, notaba como que alguien me observaba. Y cuando miré a través de la puerta me pareció ver una figura encapuchada, como embozada en una capa negra, entre los matorrales. Verás… luego he vuelto alguna vez más al cobertizo, con Liam y con Kenneth, y no siempre, pero alguna vez sí que me ha parecido ver que espiaban, como el primer día, el hombre encapuchado de negro. Y verás, yo estoy convencida de que es Petro el que me espía, que está celoso o algo, y se dedica a espiarme, creo que desde entonces me mira raro…”.


El comerciante de vino

En ese momento se abre la puerta principal del Ganso Azul y entra Wyn, el bardo, caminando tranquilamente y se sienta al fondo, afinando su instrumento. Minutos después entra Lando, nuestro ladrón, y se une al grupo. Y antes de que la puerta se cierre entra apresuradamente, y dando un portazo, una mujer.

-          “¡Socorro, socorro! ¡Mi marido ha desaparecido!”.

Tras calmar un poco a la mujer con buen licor que calienta el cuerpo y asienta el estómago, esta les cuenta que su nombre es Malen, y que su marido Gervildo, un comerciante de vinos del pueblo, hace horas que debería haber vuelto a casa, pero no lo ha hecho. Gervildo había quedado a primera hora de la mañana con Daphne, la abadesa, para hacer una cata del vino Blanco de Nieve y preparar las barricas y la venta de la nueva cosecha de cara a la primavera cuando comience el deshielo. Es algo que hace todos los años, pues en invierno vuelve a Winterton, pero pasa la primavera viajando por la región y vendiendo el vino.

De modo que Gervildo, con su asistente Faraldo, habían acudido a primera hora de la mañana a la abadía. Normalmente no tarda más que un par de horas, pero ya ha pasado el mediodía, y todavía no ha vuelto. De camino al Ganso Azul, Malen se cruzó con uno de los sacerdotes de la abadía (que por cierto entra poco después en la taberna, y confirma la declaración de la mujer), y el sacerdote le comentó que sí, que habían visto a Gervildo y a Faraldo en la abadía, pero que hace más de 4 horas que habían salido de vuelta al pueblo… lugar donde nunca llegaron. Es entonces cuando Malen echó a correr hacia la taberna, en busca de ayuda, pues teme que algo malo le haya sucedido a su marido, más con todas las cosas raras que están pasando los últimos días en Winterton.

El cobertizo

Krag, Lando y Halwyk, como miembros de la Guardia Roja, deciden a ayudarla. Sea lo que sea lo que está ocurriendo aquí, todo apunta a la zona noroeste de Winterton, hacia el camino que lleva a la abadía, de modo que hacia allí se encaminan.

Fuera, a pesar de ser casi el mediodía, la nieve arrecia y el sol no es más que un ligero brillo entre la ventisca y la bruma. Las calles y caminos del pueblo están completamente vacíos, y el único rastro de vida son las luces que salen por las ventanas y los penachos de humo en las chimeneas. Tras las últimas casas del pueblo, antes de tomar el camino a la abadía, a la izquierda del camino, ven el dichoso cobertizo, y hacia allí se dirigen.

Tras la puerta, pues eso, un cobertizo. No es más que un diminuto cobertizo lleno de aperos y herramientas. Buscando alrededor encuentran algo que está fuera de lugar en un cobertizo de herramientas: escondido tras unos sacos hay un tintero, unas plumas, y un taco de pergaminos. El último de ellos está escrito, parece ser el mensaje que ha dejado el bardo Wyn cuando ha entrado: “Ya están aquí. La mentira de Terry parece que ha funcionado”.

Esto confirma que sí, algo está ocurriendo en Winterton, pero no existe ningún o ninguna Terry, y que esto era solo una mentira para atraerles hasta aquí ¿por qué? ¿de quién? ¿con qué objetivo?.


Los orcos sorprendidos

Buscan y rastrean por el cobertizo alguna otra pista, cuando de pronto, con un crujir de madera, el suelo se abre bajo los pies de Halwyk. 

¡Una trampilla! 

El mago cae, pero en el último momento consigue aferrarse a la pierna de Krag, cuyo gran peso y tamaño le mantiene firme en el sitio. Halwik se mira frente a frente, a pocos centímetros uno de otro, con un gran orco, tan sorprendido como el mago, que en ese momento estaba trepando por una escalera y acababa de abrir la trampilla. El orco, colgado de la escalera con una mano, trata de clavar su cimitarra al mago, pero el espacio es demasiado pequeño para manejarla con efectividad. Una gran explosión de luz, y un proyectil mágico de Halwyk hacen que el orco caiga rodando por las escaleras sobre un segundo orco que subía tras él. Halwyk sale del agujero. La enorme mano de Krag se lanza sobre el agujero y, agarrando al orco que cae por el pescuezo, lo saca del agujero y lo hace volar, atravesando la pared del cobertizo, hasta caer rodando sobre la nieve.

El segundo orco salta hacia delante, agitando su cimitarra a diestro y siniestro entre Halwyk y Krag, solo para caer fuera del cobertizo entre los tres aventureros. Las dagas de Lando, la gran espada de Krag, y la magia de Halwyk, no le dan muchas opciones, y en menos de un segundo el orco cae al suelo agujereado, aplastado, quemado, y muerto.

El segundo orco se levanta y se sacude la nieve, hace un amago de correr de vuelta al túnel bajo el cobertizo para huir pero, viendo el destino que ha corrido su compañero, cambia de opinión y hecha a correr por el camino del noroeste. La fuerza de Krag lo ha arrojado demasiado lejos para alcanzarle con la espada, pero no para las dagas arrojadizas de Lando. Uno de estos cuchillos vuela a través de la nieve y se clava, hasta la empuñadura, entre los hombros del orco, que cae de bruces al suelo. Vivo, pero malherido, mientras un gran charco de sangre se extiende a su alrededor tiñendo la nieve de rojo.


¿Qué está ocurriendo en Winterton?
¿Quién es, o dice ser, Terry?
¿Por qué querían atraer a la Guardia Roja hasta aquí?
Hombres-rata, goblins gorra-roja, orcos, encapuchados ¿quién está detrás de esto?


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